Este hecho resulta preocupante para los inversores en renta variable. Al fin y al cabo, cabe prever que la ERP se reduzca en los próximos años, ya que las rentabilidad de los bonos no se verán mermadas por una inflación baja, unos tipos de interés extremadamente reducidos y los programas de expansión cuantitativa de la Reserva Federal que se mantuvieron desde la crisis financiera mundial hasta la pandemia de COVID-19. Desde 2009 hasta 2022, período en el que la ERP era mucho más elevada, la renta variable estadounidense ofreció, de media, una rentabilidad anualizada del 13,1%. Entonces, ¿significa eso que una ERP más reducida supone una señal de alarma para los inversores en renta variable?
No necesariamente. Ya hemos tenido períodos con ERP reducidas en el pasado y las acciones se han comportado relativamente bien. Por ejemplo, desde 1983 hasta 2008, la ERP era de apenas un 1%. Sin embargo, durante ese período, el S&P 500 ofreció una rentabilidad anualizada media del 10,2%. Las condiciones futuras pueden ser distintas a las del pasado y una ERP más baja no sitúa el listón más alto para la renta variable. En todo caso, la historia nos dice que la renta variable también puede ofrecer rentabilidades sólidas en entornos en los que suben las rentabilidades de los bonos.
La renta variable puede ayudar a las carteras a hacer frente a la inflación
Reconocemos que las rentabilidades actuales de los bonos, cercanos al 5%, son una propuesta atractiva para los inversores y ofrecen una sensación de seguridad en un mundo inestable. Sin embargo, creemos que tanto las acciones como los bonos tienen ahora un papel destacado en una cartera de inversión diversificada.
En concreto, pensamos que las acciones ofrecen una excelente cobertura frente a la inflación. Nuestro análisis indica que, en períodos de inflación anual moderada del 2%-4% entre 1948 y el tercer trimestre de 2023, el S&P 500 ofreció una rentabilidad del 2,5% trimestral. Se trata de una rentabilidad real sólida que ayuda a proteger el poder adquisitivo de las carteas si, como prevemos, la inflación se mantiene en niveles relativamente altos.
La renta variable también puede ofrecer una creciente fuente de ingresos a través de unos dividendos elevados. Medimos los ingresos de la renta variable mediante la rentabilidad del flujo de caja libre (FCF), que calcula el exceso de efectivo que genera una empresa tras deducir todos los costes de explotación. Nuestro análisis indica que la rentabilidad del FCF de las acciones estadounidenses debería incrementarse con el tiempo y superar el objetivo de inflación a largo plazo de la Fed del 2%.
Esto contrasta nítidamente con una estrategia de inversión muy popular en esta época: el efectivo. Los tipos de interés del efectivo resultan muy atractivos en estos momentos, pero podrían dejar de serlo si, como muchos inversores prevén, la Fed baja los tipos (Gráfico). En caso de caída de las rentabilidades, los inversores que permanezcan invertidos demasiado tiempo en efectivo podrían perder la oportunidad de aprovechar el potencial de unos dividendos en ascenso y de una revalorización progresiva del precio de las acciones.