Subirse a la ola: las altas rentabilidades y las correlaciones negativas favorecen a los inversores en bonos. He aquí las mejores estrategias.
Tras dos años agitados en los que se han producido las subidas de tipos de interés más rápidas que se recuerdan, quiebras bancarias en cascada, un enervante melodrama sobre el techo de la deuda y las peores rentabilidades anuales de la historia del mercado de deuda, no nos sorprende que algunos inversores sean reacios a apostar por los bonos.
Sin embargo, creemos que evitar esa clase de activos sería un error que podría salir caro. A continuación explicamos por qué nos parece que es el momento de que los inversores vuelvan a meterse en el agua.
Se prevé que los tipos de interés sigan en cotas altas durante más tiempo
Para combatir la inflación, los bancos centrales han aplicado las subidas de tipos más intensas y rápidas de los últimos 20 años. Sin embargo, la economía ha resistido a estas medidas de política monetaria tan agresivas, así como a la invasión de Ucrania por parte de Rusia, a la prolongada política de «cero covid» adoptada por China y a las quiebras bancarias de comienzos de año.
Dado que el tira y afloja entre la inflación y el crecimiento probablemente continúe conforme avance el año, cabe prever que los tipos de interés oficiales —y los yields de los bonos— permanecerán en cotas altas durante más tiempo. Unos yields elevados favorecen a los inversores en bonos, dado que, a lo largo del tiempo, la mayor parte de la rentabilidad procede de su yield.
Evidentemente, unos tipos de interés persistentemente altos también podrían provocar un crecimiento más lento y un giro en el ciclo de crédito. Nuestras previsiones apuntan a un largo período de crecimiento mundial por debajo de la tendencia durante 2024. Los tipos de interés ya están haciendo mella en la actividad de muchos sectores, y los hogares comienzan a agotar los ahorros acumulados durante la pandemia.
Sin embargo, dado que los fundamentales empresariales parten de una posición extraordinariamente sólida, no prevemos un tsunami de quiebras de empresas o rebajas de calificación crediticia. De hecho, creemos que tanto la deuda pública como los sectores sensibles al crédito tienen cabida actualmente en las carteras, en parte porque vuelve a haber correlaciones negativas entre los activos «seguros» y los activos de riesgo.
Punto de ruptura: vuelven las correlaciones negativas
Tradicionalmente, los inversores han valorado la deuda pública por su papel de «puerto seguro» cuando los mercados de renta variable y los bonos high yield se encuentran en crisis. Pero en 2022 la deuda pública y los activos de riesgo rompieron con la convención y cayeron a la vez, dejando a los inversores sin casi ningún sitio para esconderse. La uniformidad de las terribles rentabilidades fue tan inusual que los observadores se preguntaban si habíamos dejado atrás los días de correlaciones negativas entre acciones y bonos.
Los últimos acontecimientos de mercado han demostrado que esa tesis era errónea. Con la venta masiva de activos de riesgo en marzo, bonos del Tesoro estadounidense experimentaron una fuerte subida y restablecieron la correlación negativa entre la deuda pública y los activos de riesgo un entorno de aversión al riesgo (Gráfico). Creemos que esa relación restaurada persistirá.